sábado, 5 de diciembre de 2020

Bailar en la cueva

"Ya hacíamos música muchísimo antes de conocer la agricultura"- Jorge Drexler, Bailar en la cueva. 






En un tiempo, quizá remoto, había una pensadora que quería entender el crecimiento de los seres vivos de la forma más abstracta posible. Tenía como meta encontrar un signo, un gesto, algo que le representara esa ambivalencia aparente del ser: la estabilidad y el cambio; el orden y el desorden. Sabía ya de Demócrito, de los átomos, del fuego Heracliteo, de la permanencia de Parménides. No bastaban nunca los escritos de la biblioteca. Su problema se revelaba en su propio método: estudiar el movimiento del mundo leyendo letras (¿muertas?) . Sintió vértigo cuando se dio cuenta... Su pensamiento ponía en movimiento las palabras, las ideas, los conceptos consignados en los papiros. Y estas, a su vez, daban estabilidad al flujo de su creatividad. Lo entendió claramente, el orden no es una propiedad pasiva, sino activa del mundo. La materia debía resguardar el potencial de moverse y Ordenarse. Los signos lograban emular ese orden, aún más, eran resultado de ese orden. 

Pensó que había ecos del pensamiento en muchas entidades. Quizá -se decía- estos girasoles sí aspiren a buscar la luz solar. Y en ese fluir de la energía del sol bañando sus pétalos, el girasol se ponía en movimiento. Pensó que entonces la mente refleja también estos ecos del mundo. Un canto que fue transformándose mientras viajaba por el tiempo, hasta llegar a ser palabras, gestos, miradas humanas. Un canto, quizá, omnipresente en todo lo existente. La música y la danza -se dijo- serán mis métodos de investigación. Estaba convencida de que estas artes tenían lo que ella buscaba: la puesta en movimiento de ciertos patrones ordenados organizados hacia un fin, una figura total; figura que, sin embargo, nunca era exactamente la misma . Eran artes vivas, no se copiaban las obras, se reproducían. Estaban condenadas al error, a la novedad. 

Entrenó a un grupo de bailarines de su comarca, les enseñó unas órdenes básicas para interactuar entre ellos. Una serie de pasos, señales, giros, saltos, volteretas. Procuró que sus bailarines aprendieran a distribuirse en un mismo espacio, les permitió explorar las trayectorias posibles, bailar caóticamente. Poco a poco, sus bailarines iban creando series de pasos sin que nadie diera orden. Las primeras reglas que les había enseñado había desembocado en patrones creativos, inesperados, impredecibles. 

Entrenó a otro grupo distinto de bailarines, con unas reglas ligeramente distintas y volvió a promover la danza. Cuando este grupo había encontrado su propio estilo, puso a ambos grupos a bailar juntos por primera vez. En un atardecer sublime, con un viento tibio silbando entre las ramas de las palmas, los guayacanes y las columnas de la biblioteca, se dio la danza. De alguna manera, ambos grupos empezaron a coordinarse luego de fases de desequilibrio y desorden. Algunas veces una patada con la pierna derecha significaba algo distinto para cada grupo, por lo que se veían obligados a disputarse el sentido; a veces lograban llegar a consensos modificando ligeramente sus pasos, dejándose llevar por la música y los cuerpos de los otros. Luego de un tiempo, ambos grupos se habían convertido en uno solo, que de tanto en tanto, se dividía en otros pequeños grupos que iban creando nuevos pasos, nuevas señas, nuevos saltos, que luego iban difundiéndose entre subgrupos y de nuevo eran sometidos a disputa o diálogo. 

Por fin había dado el primer paso, en su comunidad, para entender la potencia de vida que tiene el universo: la materia baila

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