lunes, 11 de noviembre de 2013

Estatuas de arcilla

Viejo Guitarrista Ciego; Picasso (1903)
Garrapatear la guitarra, martillar el mástil traste por traste, desgarrar las cuerdas como un campesino desgarra las raíces, todo a tan alta hora de la noche; hijo músico tenía otro hábito, a las tres de la tarde, luego de llegar del colegio, con partitura en el atril y con concentración rodeándolo como un aura, unos dirían, una mala escultura de arcilla. No ése día. Hijo músico empezó a las once de la noche sin partitura y sin orden, con el pelo sudoroso y los ojos – ¿podría saberse a ciencia cierta?- con algo similar bordeando la córnea, moviéndose al vaivén de unos acordes menores, las notas bajaban escaleras de a dos escalones, como queriendo resaltar los sonidos del golpe al caer, sublimando el dolor en las plantas de sus paticas negras.

-¿Qué haces hijo músico a tan altas horas de la noche?- Preguntó el padre músico, que apenas divisaba una parte de la guitarra a través de la puerta semi abierta.

La respuesta –como era de esperarse- no fue dicha con la boca, acaso por la naturaleza de la familia o acaso por los gagueos que se notaban en hijo músico, la manzana de adán subiendo y bajando, un pobre hijo del señor arrepintiéndose del pecado que le acosaba, mientras la respuesta iba saliendo escupida de la caja de la guitarra, luego de dar constantes rebotes. Padre músico iba escuchando atentamente, como si le susurraran al oído. Considerablemente alarmado intentó decirle a hijo músico que ese acorde podría traer problemas, se apresuró a la puerta para entrar al cuarto, en lo que, por cuestiones de los garrapateos, empezaron a escucharse golpes en la puerta, a tan altas horas de la noche los vecinos no aguantarían un garrapateo, mucho menos de esa familia. Padre músico no tenía opción, era o entrar o entrar, los vecinos podrían esperar. Dio un brinco ágil para esquivar los libros tirados en el suelo e intentó de nuevo conversar con hijo músico.

-El día que yo toqué esa melodía –dijo con ese aire de erudición de los padres- estuve a punto de morir.

Los vecinos seguían tocando ferozmente la puerta, toc-toc-toc, y mientras el tempo aumentaba a pasos agigantados, el tiempo se acababa. Padre músico que había seguido impasible no soportó más y se le acercó a hijo músico diciendo:

-El día que yo toqué esa melodía, estuve a punto de morir –esto con un tono grave y de sentencia.

Hijo músico no se percataba, apenas si se inmutaba, seguía concentrado en su catarsis, martillar el mástil, desgarrar las cuerdas, una sonrisa que empezaba a esbozarse. Padre músico se acercó y lo miró fijo a los ojos, se contagió del sudor y empezó a temblar, por supuesto, la melodía los iba a matar. Los golpeteos de la puerta aumentaron, y de repente, se empezó a escuchar un fortísimo estertor desde el apartamento de arriba, un golpe percutido, grosso. Cada segundo bajaban de a dos pasos, las notas con sus negritos pies, venían del quinto, tan pronto llegar al tercero, iban bajando las escaleras –los acordes menores sonando a martillazos-, iban llegando al cuarto piso, de a dos en dos, de a dos en dos, los golpeteos de la puerta, el estallido de la chapa, la puerta abierta. Iban llegando las notas al tercer piso, los vecinos entraron, a tan altas horas de la noche, el estertor del piso de arriba, no menguaba. Las notas bajando ya entraban en la puerta al lado de los vecinos, como martillazos pisando como hijo músico tocaba. Padre músico intentó gritar, en vano; las notas de sus pies negritos ya habían llegado, como horcas fueron posándose sobre dos esculturas de arcilla. Qué triste quitarle la pasión a la tristeza.

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