domingo, 15 de diciembre de 2013

Obra de teatro

ACTO I

PRIMERA ESCENA, PRESENTACIÓN


El narrador se encuentra barriendo copos de nieve (poliéster) en frente de la escena del orfanato, tras él se encuentran Camila y Tomás que recién se encuentran, es decir, mientras el narrador barre, Camila entra en escena saltando de la alegría de ver a Tomás, cosa que Tomás hace de igual manera, es ahí donde se empieza a narrar. Todo esto mientras suena “Christmas song- Louis Armstrong”.

Narrador: *Está cantando la canción* Todo comenzó en un veintitrés de diciembre, en un pueblo llamado Terranova. Los copos tenían un aire muy negro a pesar de ser blancos, bailando agitados, revoloteando en torbellinos; es eso lo que barro… ¿Ahí atrás? Los niños del Orfanato y la hija de la dueña, Camila… En todo caso, cuentan que en navidad cosas mágicas ocurren y esta no será la excepción. *Sigue cantando la canción mientras se va*

Se hace énfasis en ambos: Camila y Tomás, que salen más al público y empiezan a dialogar.

Tomás: Camila… por fin vuelves, luego de éstos once meses de espera… por fin  -esto dicho con mucha emoción y congoja- Ven *agarra la mano de Camila* encontré un nuevo lugar donde puedes leerme, ven *la arrastra hasta ése lugar*.

Camila: También yo he esperado este momento con ansias, te traje un libro sorprendente… *mira el cuarto* Wow, siento algo extraño en este lugar.

Tomás: Sí, lo descubrí luego de ser rechazado por cinco padres… estaba muy triste y vine a parar aquí, siento algo extraño en este cuarto,  como si estuvieses a mi lado siempre.

Camila: La magia de la amistad… *pequeña pausa* nos une a los que estamos en lugares distintos *sonrisa de amiga*

Tomás: *se sienta en una de las sillas al lado de la mesa* Espero la historia con ansias *mira a Camila  con ojos ansiosos, con inocencia y curiosidad de niño*

Camila: *se sienta a su lado y empieza a leer la historia en voz alta*



ESCENA II



Camila leyendo en segundo plano: Los cuatro juguetes buenos estaban huyendo de la revolución de la malvada Fantonia. Había comenzado hace días y ya casi todos los juguetes se habían vuelto malvados. Fantonia buscaba la dominación del mundo.

Aquí la escena se recrea y la dimensión de los juguetes pasa a ser la principal, el primer plano, los cuatro juguetes entran a escena mientras huyen de las hordas Fantonianas.

Laura: Esa Fantonia está loca *dicho esto con rabia*, y ahora hablando de otros mundos… ¿alguien sabe qué será de la princesa?

Daniela: No sé de la princesa, pero… *tono pensativo* a lo mejor  sí halla otros mundos ¿no? ¿Recuerdas el pozo detrás del castillo?
Paula: Gente, creo que lo mejor es irnos, más tarde pueden hablar de metafísica.

Santiago: Sigan, sigan.

Los cuatro juguetes salen de escena mientras corren. Le siguen los malos, que caminan mientras buscan en medio de la escenografía. Fantonia hace presencia junto con su ayudante.

Ayudante: Señorita Fantonia *tono sumiso, indeciso y respetuoso, con muchas pausas y titubeos* no debe preocuparse por esos ineptos infieles, ya se puede sentir la energía del libro ese que usted…

Fantonia: ¡Silencio! No quiero fallas en este plan, los quiero a todos ellos en el calabozo o al menos que les corten la cabeza. Ese libro de Lewis Carroll ¿cómo se llama? ¡Alicia en el país de las maravillas! Y pensar que aprendí tanto de esa bonachona reina.  *mira al ayudante de manera sensual* Conejo *dicho con tono sensual*

Ayudante: Pero *titubeando* señorita…

Fantonia: *Lo mira con gravedad y habla con condescendencia de reina a súbdito* ¿Me dices algo señorito?

Uno de los juguetes malos: Señora, respetable señora, no hemos encontrado  un rastro de ellos.
Fantonia: *Observa en rededor* Jum *frustrada* Mantengan la vigilancia, en la noche los espero en el pozo. Ahora lárguense.
ESCENA III



Camila cierra el libro
Camila: Ya es tarde, mamá va a llegar y no quiero crear problemas

Tomás: Entiendo *triste* Camila… *tono tímido de niño* ¿la princesa está bien? ¿No es así?

Camila: Tranquilo Tomás,  ya te contaré…

Madre: Camila *grito* *abre la puerta* Te estaba buscando *pasa de estar furiosísima a muy calmada debido a la presencia de Tomás, ella es lo que aparenta*  *agarra a Camila* Ven para acá. Ay Tomasito que pena contigo *Ternura hipócrita*, ve a tu cama yo hablaré con Camila.

Tomás: Éste es mi cuarto señora, acá duermo, en el suelo.

Madre: Oh… entonces *mira a Camila* vámonos hija *se va con Camila*

Tomás: Chao Camila *la mira sonriente*

Camila: Chao Tomás *lo mira melancólica*
salen del cuarto la madre  y Camila.

La madre dice al cerrar la puerta:
*Sermoneando de manera exagerada e iracunda* Ya vas a ver señorita, con esa gente uno no se mete *La agarra de la camiseta*

El barrendero se acerca para cerrar las cortinas. Detrás de él, mientras se cierran las cortinas, la escena queda en pausa: Tomás en la habitación mirando el vacío, la madre agarrando a Camila de la camiseta.

Narrador: Y así sucedió ese día, vámonos un poco a la noche, dónde se entonan villancicos en las casas y, las luces y las guirnaldas decoran el paisaje.







ACTO II
ESCENA I



La escenografía se convierte en dos mundos paralelos, el cuarto de Camila da la idea de ser contiguo al cuarto de Tomás, de manera que algo divide los cuartos por la mitad y ambos personajes aparentan estar uno al lado del otro mientras están lejos. Se lamentan, es una elegía, ambos se miran sin saberlo mientras recitan sus poemas y, tocan sus manos cuando en verdad tocan las paredes del cuarto. Todo esto mientras suena “Asleep- The Smiths”

Comienza la canción, déjense sonar los primeros siete u diez segundos.

Camila: Cuando pienso en él, recuerdo esa obra de Shakespeare, lo veo como un Romeo, pero más puro ¿Por qué madre? *casi llorando* encima que sólo nos vemos cada once meses… ¿cuándo entenderá el mundo que yo siento que lo he conocido siempre? ¿No será que en el fondo, somos un hilo de almas que se esparce por los cuerpos, las formas; un círculo, un todo? ¿Por qué no entras ahí madre? *se limpia las lágrimas*
Tomás: Qué desgracia que me acompaña, qué ironía que me azota ¿por qué se tuvo que ir? Mis días son eternos. Camila, te siento aquí y me siento tan solo también; no conozco la vida, he sido un enjaulado, proscrito al encierro, el exilio; pero siento que eres mi puerta, la puerta y la misma llave ¿Los amigos son eso acaso? ¿Puerta y llave del mundo? No somos mayor cosa estando solos,  sólo copos de nieve, hojas de otoño, flotando en un abismo. Dios ayúdame *siente algo extraño*… ven Camila… te siento tan cerca.

Camila: Debo verlo, siento que hoy más que nunca me necesita *decide irse, se escapa por la ventana y sorprende a Tomás*

Se crea un efecto de ventana abriéndose, Camila pasa notándose que hubo un lapso de tiempo hasta llegar al cuarto de Tomás.

Tomás: *sonrisa de profunda felicidad y sinceridad* ¡CAMILA!

Camila: *lo mira con complicidad, sonriendo también* No he terminado de leerte el cuento.
Camila se sienta en el suelo junto con Tomás, va susurrando parte de la historia:

Camila: Fantonia se acercaba al pozo, y era ya muy muy tarde… *bosteza* como aquí en el mundo real

Tomás: ¿Mundo real? Yo soñé que vivía en un castillo, estaba en un calabozo; todo era muy frío...
¿Crees que los sueños sean una visión del futuro?
Camila: Creo que más bien  *pensando*, nos muestran nuestro interior. Yo soñé que era una princesa  y alguien llegaba… no recuerdo quién era, sé que no era un príncipe ni nada de esas cosas; venía a sacarme también de un calabozo creo, estaba encerrada… Ja, ha de ser que necesito ser rescatada por alguien *se ríe, pero no a carcajadas*

Aquí se debe notar el sueño en los ojos de ambos

Tomás: Deberíamos dormir *bostezo* mañana será otro día *se acuesta a dormir en el suelo

Camila: *Sonríe* *Se acuesta a dormir también en el suelo*

Suena La danza del hada de azúcar de Tchaikovski
El libro se abre solo, haciendo uso de un hilo. El libro está en la mesa, empiezan a escucharse risas en off, van saliendo los juguetes malos del libro, Camila despierta creyendo que es un sueño, por lo que no le da mucha importancia a ver juguetes ahí. Nótese que mientras salen los juguetes del libro  hacen una danza –la coreógrafa es la encargada- y en la danza participa Camila que al despertarse empieza a buscar a los juguetes.  La danza debe finalizar en un lapso de al menos un minuto como máximo, en lo que los juguetes malos atrapan a Camila –que se duerme de nuevo- y se la llevan con ella al libro.


ESCENA II (En el mundo de los juguetes)




Los juguetes han salido del pozo con Camila.

Juguete malo X: *risa malvada* *mira a Camila mientras la llevan cargada*

Juguete malo Y: Bueno, Fantonia seguro nos agradecerá, ¡oh sí! Señores, hoy vamos a beber, yo invito.

Juguete malo Z(Álvaro): Déjenla ahí tirada, Fantonia no debe tardar mucho

Los demás juguetes malos están detrás haciendo cosas cualesquiera, hablando entre ellos, echando chistes, pero todo a muy suave tono, sin proyectar demasiado la voz; algunos salen del pozo.
Llega Fantonia con su ayudante, quién camina medio jorobado. Fantonia viene caminando erguida, mostrando su poderío en el rostro; mira a todos los súbditos; les arroja pilas duracell.

Fantonia: Aquí tienen, miserables. Ahora los quiero fuera de mi vista.

Los juguetes malos–excepto dos- se van, esos dos se quedan para levantar a Camila.

Fantonia: *mira a Camila de pies a cabeza* Al castillo, junto con la princesa. Esta niña me dará el poder para dominar el mundo, y nadie sabe cómo detenerme *risa malvada*

Ayudante: Sólo hay que traer al hombre único *de manera muy inoportuna pero inocente dice esto*, el que sólo está en uno de los dos mundos.

Fantonia: *lo mira con rabia de madre a hijo* ¡Idiota! Qué no digas esa información en público *y mira al público* ¿Cuántas veces te lo he dicho?

Ayudante: *cara de regañado* Okay…

Fantonia se va mientras arrastra al ayudante de la oreja, los dos juguetes malos se llevan a Camila.

Los cuatro juguetes buenos están detrás del pozo, escondidos, y escucharon todo. Cuando el terreno está despejado salen los cuatro.

Daniela: De ahí salieron *señala el pozo *… y tú *mira a Laura de manera retadora* de escéptica, hablando mal de la metafísica.

Laura: Bueno eeehh *tono de reclamo*, todo mundo se equivoca

Paula: Más si es un aparatejo  que a duras penas puede saber para qué vino al mundo y se alimenta a base de pilas.

Santiago: Por  Dios ¿podemos entrar al pozo a rescatar nuestro mundo? ¿O van a seguir con esas vainas?

Todos tres menos Santiago: Sí, sí, ya vamos… ¿Quién primero? Ah… yo yo, ya voy.
Se cierran las cortinas.




ESCENA III




Salen los juguetes del libro, no hay música. Están en el cuarto de Tomás

Laura: *sorprendida* Oh por…

Daniela: Él es el que sólo existe en un mundo. Despiértenlo, debemos rescatar a la niña y la princesa

Paula: ¿Lo condenaremos a la eterna soledad del calabozo por nuestro beneficio? Wow *tono sarcástico*

Santiago: Se condenará por su amiga, seguramente, y eso nos ayuda a todos.

Tomás: *se despierta y mira con sorpresa a todos* pero ¿qué es esto?

Daniela: No hay tiempo para explicaciones, síguenos  *se lo lleva al libro*

Todos entran al libro se cierran las cortinas




ESCENA IV


Al abrirse las cortinas aparece el cuarto de Camila, con utilería que lo haga parecerse al de  una
princesa y al mismo tiempo al de Tomás. Aquí suena un fragmento del primer movimiento de la Scherezade de Rimsky Korsakov que representará el momento en el que los dos mundos se mezclan. Debe sentirse un pequeño estruendo en todo el escenario, las sillas, las mesas y la decoración pueden ser agitadas por los tramoyistas. En ése cuarto Camila y la princesa se miran asombradas de lo idénticas que son.

Camila: Eres… la…
Princesa: Sí, soy ella misma, llevo aquí encerrada un mes más o menos; lamento mucho que te hayan raptado

Camila: ¿Raptado?

Princesa: Eres mi contraparte… así es como Fantonia anula mi poder, haciéndome encarar con mi otro, propio yo.

Aquí se hace una pantomima en la que cada una de las chicas se imita, como espejos

Princesa: Fantonia va a dominar el mundo… no sé qué hacer

Camila: ¿Qué es la vida?, un frenesí. ¿Qué es la vida?, una ilusión, una sombra, una ficción, y…*como diciéndolo para sí pero haciendo que el público escuche*

Princesa: ¿Ah?

Camila: *espaciado diciéndose con angustia* el mayor bien es pequeño

Llega Fantonia de improviso

Fantonia: Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son *mirada malvada, pero dicho con sutileza y delicia de rapsoda griego*. Pedro Calderón de la Barca. Tenemos una muchachita culta aquí; qué hastío. En este mundo sólo leo yo jovencita, y por cierto, tu amiguito estará solo, muy solo.

Camila: *La mira como retándola* Desgraciada.

La princesa está congelada por ver a Fantonia

Fantonia: Las dejo niñas, iré a conquistar el mundo.

Alegato por Camila, pero las cortinas se cierran.

Sale el barrendero

                Narrador: Sé que me extrañaban, a lo mejor no me recordaban. En fin. Esa noche los dos mundos se entrelazaron,  los juguetes malos se preparaban para atacar el mundo real, cuentan que… se podían ver las hordas de juguetes marchando como militares yendo directo al pozo. *mirando al público más de cerca* ¿Qué diferencia hay entre lo real y lo ficticio? ¿Qué tan fuerte es la amistad de nuestros amiguitos? Un tesoro tan necesario.
ACTO FINAL
ESCENA I

Salen todos los juguetes malos marchando de un lado del escenario a otro, liderados por el juguete militar, no se colocarán tambores, se hará una marcha en la que cada uno de los juguetes asemeje ese grito típico militar “Jei Jo, Jei jo” mientras marchan. Los juguetes buenos siguen escondidos detrás del pozo, ésta vez con Tomás. En cuanto se van todos los malos los buenos hablan.
Daniela: Ahora deberás ir al calabozo, nosotros te llevaremos, encuentras a tu chica y…
Laura: Puedes rescatarla, tienes un poder y es que no tienes paralelos, por lo que, en éste mundo puedes romper las barreras fácilmente…
Paula: Luego entrarás al calabozo la saludarás, picos, etcétera y entonces allí…
Santiago: *con tono imprudente* Vivirás los próximos años de tu vida, sólo podrás hacerte sentir, como un recuerdo…
Los tres menos Santiago: ¡Oiga! Se supone que no le íbamos a decir
Tomás: Entonces *titubeando* para rescatarla debo…
Todos cuatro: Sacrificarte *tono de sentencia*
Tomás: Y ser un recuerdo… ¿por eso sentía a Camila en  el cuarto aún sin que ella estuviera ahí?
Paula: Verás… Los universos se conectan entre sí, hay ideas que trascienden, cuando extrañas a Camila, hay alguna *hace gesto de comillas* “Camila” que existe en algún universo, la Camila de este universo es la princesa, y al estar con tu Camila, se anulan sus poderes. Tú, por alguna extraña razón no puedes ser recreado en otros universos, vives en uno solo, el que escojas…
Santiago: Suficiente de palabrería, no lo confundas. *interrumpe*
Daniela: ¿Aceptas sacrificarte?
Tomás:*tragando* Acepto.
Laura: Pues andando *se lo llevan*

Se cierra la cortina.
ESCENA II


Aparece Tomás en las barreras al lado del calabozo. Está solo. Saluda a Camila con desespero y luego se detiene, debe decirle.
Camila: ¡Tomás! Nunca pensé que estaría tan feliz de verte dos veces el mismo día
Tomás: Vine a ser el héroe del cuento
Princesa: ¿Te sacrificarás?
Camila: ¿Sacrificio?
Tomás: Sí, no te preocupes Camila, estaré contigo luego, confía en mí. *dice para sí mismo* como un recuerdo
Momento emotivo. Tomás rompe las barreras, le pide a las niñas que se vayan, de nuevo suena un fragmento de Korsakov. Las niñas se van, queda Tomás solo ahí, los adorno y el mobiliario del cuarto sucumben y toma apariencia de calabozo, desolado y frío. Tomás repite “un recuerdo”. Las cortinas se cierran.
El narrador aparece de nuevo. Pero ahora con las cortinas abiertas mientras sucede lo que narra. Nótese que ya se debió cambiar la escenografía, del calabozo al castillo.
Narrador: Un recuerdo era lo que quedaba ahora de Tomás en el mundo, al menos, el mundo de Camila. Ella corrió y corrió, vio cómo los juguetes malos iban desfalleciendo, y entró al pozo. Permítanme cerrar esto una vez más.  *cierra las cortinas* *mira el reloj como esperando* *asoma la cabeza por las cortinas* ¿Ya está listo? Bien, sigamos.


ÚLTIMA ESCENA


En esta escena se vuelve al cuarto del orfanato, Camila está sola, vuelve a sonar asleep. Se queda mirando la ventana, por unos diez segundos o doce.

Camila: Un recuerdo es todo lo que queda, a veces pienso… ¿No somos todos un simple recuerdo del pasado? Vamos por ahí dejando un rastro… somos unas huellas que avanzan, qué tristes huellas las que van solas, en un desierto sin más líneas, que vayan en zigzag o curveadas *hace con las manos esas figuras*, completamente sola.

Pero no me siento sola en este instante, lo siento aquí, a mi lado, siento que me habla. No puede morir, aquello que se incrusta en el corazón, ese cuchillo caliente que se hinca en la carne de una persona al conectarse con otra; se funde el acero en la piel y algo viaja de una persona a otra. Algo o alguien. Y ¿por qué no decir que cuando se piensa en alguien también él lo piensa a uno? Su recuerdo…  ¿Por qué no decir que somos el círculo? Y ¿el círculo es Dios y todos somos parte de él? Y ¿si en cada amigo que hacemos hallamos un pedazo de Dios y de nosotros? Al morir, todo acaba como quedó aquí en la tierra… El recuerdo entonces ¿no es esa persona misma viva? E incluso si no muere y se aleja, o si se queda y se acerca, nos acompañe o nos deje. Si la amistad y el amor no están destinados a morir, no se puede estar completamente solo *mira el cielo*, nunca.






FIN DE LA OBRA







martes, 12 de noviembre de 2013

CONCUPISCENCIA

CONCUPISCENCIA
“Solo un gato por casa” comunicaba el jefe, que con su voz roñosa salía corriendo de una esquina de la cuadra hacía la otra, dando alaridos que se escuchaban en las 6x6 casas de la cuadra. Cada cuadra tenía su jefe, cada cuadra 36 casas y, por consiguiente 36 gatos; unos eran negros como Lipondio, el pintor de murales, otros blancos, peludos, castaños, peludos, gordos; pero ninguno como el gato que le regalo su abuela a Hincapierto, un gato singularmente raro, feo, horroroso, como darle una patada a una rata y cruzarla con dos serpientes, aun así, un gato maravilloso de abdomen pálido con dos manchitas rojas.

Hincapierto siempre dormía en su suelo duro y frío mientras oía a su gato maullar; era esta la costumbre, cada noche el dueño calentaba, hacía estiramiento, besaba el espejo y luego se recostaba en el suelo que tanto amaba, mientras tanto, el gato el miraba fijamente cada acción, para saber de qué manera maullar y arrullarlo. Durmió quizá unos tres cuartos por tres menos una hora, cuando de golpe lo despertó el silencio, “No escucho nada, así no se puede dormir en paz” y mandó un puñetazo al gato, que para su sorpresa, ya no estaba, y ni pelo quedo, porque era calvo, inmundo.

“¡Se robaron mi gato!”-. Y su vecino, Lipondio, el pintor, encorvado yacía detrás de la ventana de su casa, burlándose de la pérdida del gato. “Sólo mío”- susurraba Lipondio, que como los rayos lunares al entrar por los patios, se había deslizado sigilosamente por la tapia de su vecino, y poom, agarró al gato del abdomen pálido y dos pequitas; su afán por pintar gatos lo incitó a obtener el más exótico. Cuando Lipondio se devolvió a su galería  -pues ahí había puesto el gato para pintarlo-, la halló vacía, sin pinceles y sin el gato. “¡Oh no! ¡He perdido mi gato!” se repetía chirriando entre dientes estas palabras, y como piedra rodando por barranco, salió agitado, algente, gritando por la calle.

Todo esto sucedió a las tres de la mañana, en la calle estaban Hincapierto y Lipondio, gritando desesperados, confundidos, bramando por el gato perdido, mientras todos los vecinos dormían profundos y mensos, hipnotizados en los maullidos de sus gatos.

-¡Señor! ¿Perdió su gato?- preguntó Hincapierto a Lipondio.
-Sí señor ¡perdí a su gato!
-¿Mi gato ha dicho usted?
-No, no, su gato, perdí a su gato ¿No me había preguntado usted por su gato?
-¡Es cierto! Más vale encontrar a su gato, el insomnio mata.
Y juntos, gritaron y corrieron como infantes por lo largo del barrio, bajando toda la carrera 39, pasando de la calle 27 a la 15.

La noche estaba dormitando sobre sus cabezas,  las estrellas eran como blancas notas en octogramas infinitesimales, cuya cósmica música apenas si se oía bajo la incesante sinfonía de los gatos citadinos. A Lipondio le dolía ya la boca de lo abierta que la mantuvo, y a Hincapierto se le cansaron los pies, por suerte, el Jefe de la 39 con 15 de tez tan igual a todos los demás, se apareció, dando alaridos como un pandemonio y todos los locos que habitaban la ciudad:

-Gato por casa, uno; gente por gato, uno; gato por gato, gatos.- y sus ojos estaban brotados, su piel húmeda de sudor y los gatos…

-Señor –grit
ó Lipondio- ¡¿Ha visto a su gato?!
-¡No le escucho! –Contestó el jefe- ¿Qué si soy un puto ingrato?
-Sí, sí, eso exactamente –dice Hincapierto-.
-Su gato señor, perdimos a su gato, moriremos por el insomnio, ayúdenos.-añadió Lipondio desesperado. Nadie se entendía, todos perdimos a su gato ingrato, y pronto seguramente las dos pequitas rojas serían  vistas por alguien más, quizá por otro jefe u otro gato, quizá la moneda de plata que circundaba el cielo ya lo había encontrado, al inmundo animal ingrato ese.

Ya eran las 3:15 A.M y de pronto todos se calmaron; resolvieron que el Jefe de la 39 con 15 había visto a su gato perdido ingrato pero sólo por un momento. “Vi esa cosa horrenda y me desmayé. Entonces al despertar, recité mi hermosa poesía: Gato por casa, uno; gente por gato, uno; gato por gato, gatos” y repitió así como un loro hasta que se desmayó nuevamente. Su gato, el horrendo, no aparecía, y los dos hombres miraban consternados al jefe desmayado; de su bolsillo sobresalía una esquinita de papel, un sobre. Se acercaron lento y se miraron a los ojos:

-Ha de ser para usted, Señor Hincapierto.
-Claro que sí Lipondio, seguro es para usted, además mire, está manchada de pintura.

Lipondio agarró el sobre y lo abrió. El sobre desprendía un olor a sarna y pájaro muerto, contenía una letra inconfundible, era suya, de su gato:

“Querido Hincapierto, debo advertirle que su vecino me ha robado; yo que soy genio he escapado, pero los jefes me han perseguido todas esas doce calles. Fui agarrado por el de la 39 con 15, que me hundió sus dedos en el vientre, en las dos pequitas y me lanzó al cielo. Estoy en el parque Totis esperándolo. Si no llega a las 3:40 o antes me iré. –Su gato”

-¡Es de su gato!-Gritó Lipondio-.
-¿Qué dice? ¿Qué dice?
-Dice que me lo robé y que para encontrarlo debemos ir al parque Totis antes de las 3:40
-¿Se robaron mi gato? ¿Ha sido usted?
-Sí ¡Fue usted!
-¡Madre mía!- finalizó Hincapierto, y corriendo luego de mirar su reloj –que marcaba las 3:30- salió junto con Lipondio  al parque Totis.

El parque Totis quedaba en la 39 con 5 y salía de él cierto vapor extraño que se hilaba en formas poligonales, desprendiendo olor a alcantarilla. En su centro había dos árboles, robles musculosos untados de rocía putrefacto y, eran estos árboles los que atraían a los locos. Los locos se caracterizaban por vivir noctámbulos, insómnicos, cachetipálidos y desordenados; a ninguno le quedaba gato alguno y con las pupilas dilatadas, como agujeros negros, se sentaban a observar el rocío de los robles caer  despacio, baboso, como la saliva de un bebé, por los hojas, por el tronco. “Los gatos son malignos” vociferaban los locos y durante cada madrugada se jactaban de ser libres e impecables.

A eso de las 3:37 llegaron Hincapierto y Lipondio al parque Totis; asustados apenas se inmiscuían por los senderos que llevaban al roble mayor, pues pensaron que, con la osadía de del  gato, su gato, éste iría a burlarse de los locos, y era esto precisamente lo que los helaba, los locos.

-Qué frío hace, Lipondio.
-Es su gato un imbécil, Hincapierto –discutía enfurecido Lipondio-. Nos va a hacer matar o enloquecer ¿y acaso no es lo mismo? Mis cuadros ya no pintarán gatos, ni mis manos tocarán pelos.
-De igual forma moriremos si nos quedamos sin su gato, el insomnio…
-Cállese Hincapierto, usted no debió dejarse robar el gato.
-¿Y no había sido usted quien lo había robado? El gato es de todos y para todos, por eso todos tienen uno, hay que ser equita…
-Shh, oigo algo, cállese Hincapierto –gritaba como con un megáfono pegado a los labios Lipondio, mientras los locos se acercaban jadeantes y felices por los senderos.

Pasaron cinco locos mientras Lipondio e Hincapierto se escondían detrás de un arbusto. Como en un ritual acattus danzaban alrededor del roble “No a los gatos, seamos libres” y se condensaba el vapor putrefacto, las miradas se conjugaban y recitaban poesía pagana. Los santos, el pintor y el vecino, se helaron y de golpe, salió su gato del roble. Bajó ágil el tronco y dejó otro sobre en el suelo. Los locos se esparcieron y se fueron del parque Totis, en busca de un gato para cada uno, pues al ver a su gato, las manchas rojas, los ojos de serpiente y la cara de rata, se sumieron en una nihilista soledad, necesitaban en últimas a un gato.

Lipondio se apresuró a agarrar la carta y evitó todo loco que por ahí pasara, parecía una liebre, saltando con sus dos patas que se encogían y elásticamente se estiraban para lograr el impulso y saltar; entre tanto, Hincapierto lloraba al ver como su gato se desvanecía entre las sombras.

Eran las 3:42 A.M y faltaba poco para el nacimiento del alba. La luna de plata miraba reída el espectáculo y ordenaba a las nubes no cubrirla, para tener silla de primera fila. Lipondio destapó el sobre y tomó la carta en sus manos. Hincapierto seguía llorando. “Escuche atentamente” dijo Lipondio:

“Querido Hincapierto, le he esperado por mucho tiempo ya, así que me fui a la biblioteca Kafka, le escuché a los locos que ahí no hay santos y, además hay demasiada información sobre la teoría musical, partituras de la clave bien temperada de Bach y nocturnos de Chopin. Le esperaré ahí, más vale que entre antes de las 5:30 A.M o me iré, y usted,  que me ha perdido en la noche morirá por el insomnio – Su gato.”

Era todo esto cierto, la biblioteca Kafka estaba llena de la más selecta literatura universal: Camus, Kant, Borges, Kipling, Cortázar, Russeau y en fin, un sinfín de fines distintos. Había un piano de cola Steinway and son y bien sabemos que a diferencia de los locos y los santos, los gatos  aprecian la buena música, el buen arte.

Los santos no conocían tal cosa, vivían herméticos, acobijados por la sinfonía de los gatos, eran como cajas fuertes de alta seguridad, poco entraba, poco salía, vigiladas todas por el jefe de cada cuadra “Gato por casa, uno; gente por gato; uno; gato por gato, gatos”. Las mentes se cuadriculaban y los circuitos bioeléctricos del cerebro se apagaban lentamente. Claramente Lipondio era un santo, y su arte fatalmente esclavo; Hincapierto era zombie, lento como babosa, baboso como babosa, gato por gato, gatos.

Hincapierto al procesar la información de la carta esbozó una ligera sonrisa, fingida, de las que preceden al llanto, Lipondio lo miró, le agarró la mano y salió a correr, directo a la biblioteca Kafka en la 39 con 1.

La luz de los postes se dilataba y sus rayos se desplazaban cada vez más hacia Lipondio e Hincapierto, formando triángulos cuyo ángulo decrecía más y más, la luz se acercaba y les palpaba todo el cuerpo encegueciéndolos un poco. Caminaron a paso lento, pues el llanto de Hincapierto provocaba una extraña espesura en el suelo cuando sus lágrimas impactaban sobre la carretera. De pocos pasos fueron llegando a la biblioteca.

La biblioteca se levantaba en toda la 39 con 1 como un monolito de obsidiana. El reloj de la cúpula marcaba ya las 4:15 A.M. Detrás de los portones se escuchaba el ligero murmullo, trémulo y vacilante de un piano, que charlaba melancólico con los muros, tocaban a Chopin. Lipondio entró con Hincapierto a la biblioteca, abrieron la puerta con una fuerza ligera, y rechinantes, los portones abrieron paso a los visitantes.

-¿Qué es aquello que suena? –Pregunta Lipondio-
-¿Qué más sino mi alma? Su gato, Lipondio, debe estar aquí escondido, puedo sentirlo.

Sonaba un  nocturno en do sostenido menor de Chopin, los trémolos, el arpegio imparable como una ola se empalagaba en las almas de ambos, en el fondo los leves maullidos. Su gato estaba ahí, acá, allé. Un agitato desesperado los aturdía, y el gato. Hincapierto miraba a Lipondio y éste le miraba a él.

-¡No! ¡No! Mantenga fuerzas –dijo Lipondio- su gato ¿no lo oye? Está ahí, vamos, vamos.

No hubo respuesta. Los maullidos acrescentabánse, melancólicos, cada vez más desesperantes y desesperados. Lipondio lloró pero no se detuvo ante la oscura melodía. Vagó por entre los estantes, bajó  unos cinco metros, luego giró a la izquierda y tropezó con el piano. Nadie lo tocaba, o más bien, él mismo se tocaba. A Lipondio se le brotaron las venas de la cabeza, ardía de ira, su última áncora fracasada, su gato perdido, Hincapierto paralizado. De un sopetón se impulsó al piano y empezó a golpearlo con todas sus fuerzas. Golpeó escupió, maldijo. Su gato se deslizaba tembloroso a sus espaldas, encogió sus patas traseras, las estiró y brincó  a la espalda de Lipondio. Juntos cayeron al precipicio tras el piano y la biblioteca, ahí acababa el mundo, en la calle primera. El piano resonaba y se agitaba. Caían, caían los desgraciados; grito tras grito, vértigo y maullido. El sol acariciaba los límites de la ciudad, se asomaba apenas. Insomnio, abismal caída; retraído en sí mismo Hincapierto. Murieron.

Ese día, la mañana cantó cantábile, los santos se quedaron en sus casas con sus gatos y no hubo más locos. Nunca se supo de aquellos abandonados, era costumbre que, por cada gato muerto, muriera un hombre, aunque todos fueran uno y uno fueran todos. Recíprocos ambos, gato-humano, se dependían el uno del otro. Nunca jamás se escuchó la música cósmica, la nota de oro.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Estatuas de arcilla

Viejo Guitarrista Ciego; Picasso (1903)
Garrapatear la guitarra, martillar el mástil traste por traste, desgarrar las cuerdas como un campesino desgarra las raíces, todo a tan alta hora de la noche; hijo músico tenía otro hábito, a las tres de la tarde, luego de llegar del colegio, con partitura en el atril y con concentración rodeándolo como un aura, unos dirían, una mala escultura de arcilla. No ése día. Hijo músico empezó a las once de la noche sin partitura y sin orden, con el pelo sudoroso y los ojos – ¿podría saberse a ciencia cierta?- con algo similar bordeando la córnea, moviéndose al vaivén de unos acordes menores, las notas bajaban escaleras de a dos escalones, como queriendo resaltar los sonidos del golpe al caer, sublimando el dolor en las plantas de sus paticas negras.

-¿Qué haces hijo músico a tan altas horas de la noche?- Preguntó el padre músico, que apenas divisaba una parte de la guitarra a través de la puerta semi abierta.

La respuesta –como era de esperarse- no fue dicha con la boca, acaso por la naturaleza de la familia o acaso por los gagueos que se notaban en hijo músico, la manzana de adán subiendo y bajando, un pobre hijo del señor arrepintiéndose del pecado que le acosaba, mientras la respuesta iba saliendo escupida de la caja de la guitarra, luego de dar constantes rebotes. Padre músico iba escuchando atentamente, como si le susurraran al oído. Considerablemente alarmado intentó decirle a hijo músico que ese acorde podría traer problemas, se apresuró a la puerta para entrar al cuarto, en lo que, por cuestiones de los garrapateos, empezaron a escucharse golpes en la puerta, a tan altas horas de la noche los vecinos no aguantarían un garrapateo, mucho menos de esa familia. Padre músico no tenía opción, era o entrar o entrar, los vecinos podrían esperar. Dio un brinco ágil para esquivar los libros tirados en el suelo e intentó de nuevo conversar con hijo músico.

-El día que yo toqué esa melodía –dijo con ese aire de erudición de los padres- estuve a punto de morir.

Los vecinos seguían tocando ferozmente la puerta, toc-toc-toc, y mientras el tempo aumentaba a pasos agigantados, el tiempo se acababa. Padre músico que había seguido impasible no soportó más y se le acercó a hijo músico diciendo:

-El día que yo toqué esa melodía, estuve a punto de morir –esto con un tono grave y de sentencia.

Hijo músico no se percataba, apenas si se inmutaba, seguía concentrado en su catarsis, martillar el mástil, desgarrar las cuerdas, una sonrisa que empezaba a esbozarse. Padre músico se acercó y lo miró fijo a los ojos, se contagió del sudor y empezó a temblar, por supuesto, la melodía los iba a matar. Los golpeteos de la puerta aumentaron, y de repente, se empezó a escuchar un fortísimo estertor desde el apartamento de arriba, un golpe percutido, grosso. Cada segundo bajaban de a dos pasos, las notas con sus negritos pies, venían del quinto, tan pronto llegar al tercero, iban bajando las escaleras –los acordes menores sonando a martillazos-, iban llegando al cuarto piso, de a dos en dos, de a dos en dos, los golpeteos de la puerta, el estallido de la chapa, la puerta abierta. Iban llegando las notas al tercer piso, los vecinos entraron, a tan altas horas de la noche, el estertor del piso de arriba, no menguaba. Las notas bajando ya entraban en la puerta al lado de los vecinos, como martillazos pisando como hijo músico tocaba. Padre músico intentó gritar, en vano; las notas de sus pies negritos ya habían llegado, como horcas fueron posándose sobre dos esculturas de arcilla. Qué triste quitarle la pasión a la tristeza.

domingo, 24 de febrero de 2013

Ambigüedades

Cada vez que Daniel mira el suelo lo toma una mirada llena de angustia, llena de dolor, agarra su tacita de café y toma un sorbo, no tan dulce, no tan malo. Leonardo lo mira, le dice que no vague, que él vagó y que el vago no se toma nada en serio, pero las penas se lo toman todo y sin azúcar, que la imaginación se confunde con la memoria, y que la conciencia vaga vaga en busca de la toma de su mente, que la culpabilidad llega impaciente, como un olor a marcador azul de alguna marca no registrada.

Daniel lo mira a los ojos y se asusta, se le erizan los vellos, Leonardo entiende, está empezando el proceso; en aquel momento con olores mixtos Daniel recuerda su toma, su hipocresía, su ambigüedad, la cara de Leonardo le lanza escombros, un fogonazo de memoria, y la culpa se lo toma todo... "¿Y si se va...?" preguntaba Daniel con el cuello torcido e hirviente, que el café quema y quemó, Si se va... se va y me voy, no voy a dejar que su partida me tome vago, ni brego a tenerla o detenerla , a tomarla del brazo o de la mano, su recuerdo se esfumará, ya sea que fumaras, o yo fumara , el olvido vago se irá y morirá en su culpa; "¿Y si se queda...?" pregunta Leonardo, si es así, si se queda... me condeno a la toma de mi vida, a la muerte de mi mente, a la mente de mi vago, si se queda me voy yo.

domingo, 10 de febrero de 2013

Viento, Luna.

‎"Ya la noche está nublada, 
y el ciego se siente sin lazarillo, 
no hay lucero que ilumine, 
las tinieblas, los pasillos

Pasos lentos, prófugos,
la desesperación lo persigue.
Pesados van los pómulos,
la mirada muerta, triste.

Ya no hay luna que lo guíe,
No hay esperanza que lo aliente.
A lo lejos huyes, lazarillo,
huyes, luna inconsciente.

Ya la noche está irritada,
y el ciego en la neblina.
Luna ausente, alejada,
¿a dónde vas sin compañía?

Viento fuerte, tempestad,
Déspota confusión en su alma,
Debilidad, mortandad,
el ciego llora su amada

Ya la noche está callada,
no hay llanto, no hay nada.
Ni la salinidad de las lágrimas
sobrevive en esta vida empantanada."
‎"Ya la noche está nublada, 
y el ciego se siente sin lazarillo, 
no hay lucero que ilumine, 
las tinieblas, los pasillos

Pasos lentos, prófugos,
la desesperación lo persigue.
Pesados van los pómulos,
la mirada muerta, triste.

Ya no hay luna que lo guíe,
No hay esperanza que lo aliente.
A lo lejos huyes, lazarillo,
huyes, luna inconsciente.

Ya la noche está irritada,
y el ciego en la neblina.
Luna ausente, alejada,
¿a dónde vas sin compañía?

Viento fuerte, tempestad,
Déspota confusión en su alma,
Debilidad, mortandad,
el ciego llora su amada

Ya la noche está callada,
no hay llanto, no hay nada.
Ni la salinidad de las lágrimas
sobrevive en esta vida empantanada."