sábado, 10 de septiembre de 2022

The Evolution of The Sensitive Soul, Gisnburg y Jablonka (2019)- Primer Resumen





Basadas en una interpretación novedosa y sofisticada de la teoría de la evolución, Eva Jablonka y Simona Gingsburg extienden las ideas propuestas por la teoría de las transiciones evolutivas mayores al campo del estudio biológico de la consciencia -entendida aquí como ‘experimentar subjetivo’ (sic. Subjective experiencing). En este resumen se hablará de: i. el prefacio, ii. la introducción y iii. el primer capítulo. Es importante anotar que una de estas autoras, ya había estado explorando propuestas como la síntesis evolutiva extendida, particularmente proponiendo la existencia de varios niveles de herencia y selección (Jablonka y Lamb, 2014). Esto significa que, no sólo importarían los genes y la herencia de los mismos para comprender procesos evolutivos; sino también procesos de más alto nivel, como las huellas epigenéticas en la cromatina, el aprendizaje observacional y la cultura. Esbozaré brevemente sus puntos centrales para proponer un punto de partida para aprehender la que, a mi juicio, es la idea central de este libro que resumiremos.

El nivel genético de herencia hace uso de información codificada en modo de genes; esto es, almacenamiento de información digital -cada base nitrogenada ocupa un lugar discreto dentro de una cadena y, al tener esta cadena cierta manera de ordenar dichas bases, puede codificar la estructura de distintos aminoácidos: por cada tres bases nitrogenadas en serie, tengo un aminoácido correspondiente. El gen sería un conjunto de bases nitrogenadas que, en virtud del orden en que están una respecto de la otra, codifican la síntesis de un conjunto de aminoácidos. Cuando por cualquier motivo estas cadenas de genes cambian, puede darse la posibilidad de que alteren la expresión de algún rasgo y que dicha alteración, a su vez, modifique la probabilidad de supervivencia del organismo que lo posee. Entonces, el nivel de herencia genética consiste en un sistema de información digital basado en ácidos nucleicos que pasarán a ser péptidos, polipéptidos y/o proteínas. 

El nivel epigenético hace referencia a la forma en la cual las células modifican sus patrones de expresión genética. Todas sus células -salvo quizá algunas células inmunológicas- cuentan con el mismo genoma - o sea, contienen el mismo material genético ¿Cómo es posible, entonces, que tengamos células de tantos tipos? En principio, porque en el proceso de desarrollo embrionario se llevaron a cabo patrones morfogenéticos señalizados por diversas moléculas químicas ¿A qué nos referimos con esto? A que las moléculas presentes en el espacio en el cual el embrión se desarrolla demarca qué tipos de células expresarán cuáles tipos de genes, dependiendo de la ubicación topológica de dichas células. Los procesos de desarrollo son bien complejos, pero lo crucial aquí es que hay formas mediante las cuales señales químicas pueden modificar qué genes de una célula o conjunto de células se expresan. De acuerdo con Jablonka y Lamb (2014), este sería el segundo sistema de herencia: existen casos en los cuales estas marcas epigenéticas se heredan de una célula a otra.

El nivel comportamental refiere a la manera en la cual ciertos seres vivos, como los animales, también pueden heredar comportamientos no codificados ni genética ni epigenéticamente. Por ejemplo, aprender qué tipo de comida me puede enfermar. Finalmente, el simbólico refiere al lenguaje humano. No quisiera profundizar demasiado en este último punto.

¿Por qué hemos dado este breve repaso? Porque si el comportamiento cumple un rol evolutivo en tanto sistema de herencia, la evolución del sistema nervioso y la cognición han de ofrecer alguna ventaja adaptativa. Si somos conscientes, el hecho de que otras especies compartan rasgos comportamentales y cerebrales como los nuestros también podrían indicar consciencia. Este libro abordará estas cuestiones y muchas más. Habiendo hecho esta larga introducción, vamos a explorar la evolución del alma sensitiva.

Prefacio

En el prefacio Gingsburg y Jablonka (2019) nos ofrecen su marco teórico general de referencia, más específicamente, apelando a estudios de diversas disciplinas, tales como la neurobiología, la ciencia cognitiva, el aprendizaje animal, la filosofía de la mente y la biología evolutiva. Partiendo de esta diversidad de conocimientos disciplinares, las autoras nos comentan que su enfoque será articular las ideas para comprender la transición evolutiva hacia la consciencia mínima (minimal consciousness), basándose en ideas aristotélicas en torno a las causas finales (las autoras lo denominan un ‘teleological framework’) y el marco general de la evo-devo en biología; es decir, la teoría evolutiva que incorpora el desarrollo como proceso fundamental para comprender la evolución en su conjunto

Esto las lleva a proponer que es la teoría de la evolución la que hará las de cuello de botella para comprender la emergencia de la consciencia, siguiendo la famosa frase de Dobzhansky, según la cual ‘nada en biología tiene sentido sino a la luz de la evolución’. 

El punto de partida será, entonces, el estudio de la emergencia de los sistemas orientados a metas, es decir, sistemas cuyo comportamiento tiende a cumplir ciertas tareas -auto-organización, crecimiento, reproducción etc. Mencionan que esta cualidad de ser teleológicas, marcan  un emparentamiento básico en tres preguntas biológicas: ¿Cuál es el origen de la vida? ¿Cuál es el origen de la consciencia animal mínima? y, finalmente ¿Cuál es el origen de los valores humanos abstractos? Y, precisamente por el emparentamiento fundamental -lo teleológico de los modos de ser de las entidades que cuentan con dichas características i.e. estar vivas, ser conscientes, valorar el mundo simbólicamente- pretenden hacer uso de metodologías y conceptos que se han usado en los abordajes a la primera y la última pregunta. O, dicho de otro modo, las autoras nos dicen que para comprender la consciencia mínima, hay que ver el problema en el marco de una transición evolutiva mayor que generó una forma novedosa de ser, y, en esa medida, puede ser estudiada de manera análoga a las otras transiciones evolutivas que generaron otras formas de ser. Terminan esta sección afirmando que, si logramos caracterizar dicha transición a la consciencia mínima, podremos explorar los principios y procesos organizadores de esta forma de ser en tanto entidad biológica. Finalmente, sobre esta base, podríamos encontrar “the evolutionary transition marker of consciousness” (Gingsburg y Jablonka, 2019, p.xi)

Introducción: Justificación y fundamentos 

Esta sección del libro comienza citando a Wittgenstein, apelando a una característica de toda investigación: si he de responder algo, primero he de tener clara la pregunta. Así, las autoras nos comentan que el libro tiene como objetivo general responder a una pregunta: ¿cómo se originó la consciencia mínima animal durante la evolución? La respuesta, nos comentan, depende directamente de la última pregunta que nos hicieron en el prefacio ¿cuál es la capacidad animal que pueda ser un buen marcador de la transición evolutiva hacia la consciencia? De acuerdo con ellas, si respondemos esta pregunta, tendremos nuestro punto de arquímedes para explorar la evolución de la misma. 

Para responder, dividen el libro en dos partes: una de antecedentes y otra de su propuesta propiamente dicha. Siempre, bajo una lectura evolutiva, razón por la cual obviarán autores de tradiciones dualistas o lejanas al naturalismo. Veamos de manera general cómo organizan estas ideas orientadas a resolver su pregunta principal. 

En la primera parte del libro se cuentan cinco capítulos. En el primero, se aborda la idea de que la consciencia debe entenderse como un proceso dirigido a metas (goal-directed process) y que esto supone los retos que tiene cualquier sistema teleológico. Existe, por así decirlo, una transitividad entre sistemas dirigidos a goles. Por tanto, beberán de los avances en la exploración de cómo se originó la vida para proponer el origen mismo de la consciencia. En el segundo capítulo, se abordan los orígenes históricos del pensamiento evolucionista sobre lo mental, centrándose en personajes como Lamarck, Darwin, Spencer, William James, entre otros. Finalizan este capítulo exponiendo el auge y caída de los estudios sobre la consciencia en el siglo XX. En el capítulo tercero se resumen las características y dinámicas neurobiológicas más importantes, según consenso científico, de la consciencia; presentando al final aquello que tienen en común. En el capítulo cuarto se exponen los problemas identificados por filósofos de la mente naturalistas y se plantean las preguntas que han de resolverse para abordar dichos problemas. Por ejemplo, ¿hay causación mental? En caso de que sí, ¿cómo es esta instanciada biológicamente y qué aporta la consciencia en dicho proceso? Aquí nos sugieren que la consciencia tiene un “telos rather than a function and is best considered as a way of being that is constructed by multiple cognitive functional capacities” (Gingsburg y Jablonka, 2019, p.2). En el capítulo cinco, último de la parte de antecedentes del libro, se resumen las perspectivas que tanto biólogos como psicólogos tienen sobre la distribución filogenética de la consciencia mínima en el mundo animal. 

La segunda parte, en cambio, expone la propuesta de las autoras; a saber: que el marcador de la transición evolutiva a la consciencia mínima es el aprendizaje asociativo ilimitado, es decir, la capacidad de un animal de adscribir valores a estímulos complejos y patrones de acción, tal que estos sirvan de base para aprendizajes futuros. 

Sistemas dirigidos a metas: un abordaje evolutivo a la vida y a la  consciencia

En este primer capítulo, las autoras empiezan enunciando la clásica clasificación aristotélica de las almas, enfatizando en una interpretación de esta propuesta: hemos de entender ‘alma’ como las dinámicas organizativas de los seres vivos y sus diferentes manifestaciones en distintos tipos de organismos. Como el problema del libro es la consciencia mínima -que se definirá más adelante-, enfatiza en el alma sensitiva y, a su vez, qué relación tiene esta con otro tipo de alma: la vegetativa. 

Según las autoras, en el siglo XX se empieza a posicionar la idea de que mente y cuerpo están muy relacionados. Ofrecen dos motivos: primero, que la consciencia no puede sino ser fruto de la evolución; segundo, que hemos de entender ambos procesos como un continuum de auto-organización. Citan a Bergson con su metafísica vitalista de toques místicos para remarcar ese proceso activo de devenir algo vivo, pero toman distancia respecto a la tesis de que vida y consciencia son idénticas. En su lugar, ubican dicha relación en el marco de que ambas son transiciones evolutivas, esto es, nuevos modos de existencia  biológica. Nos comentan superficialmente cómo desde mediados del siglo XX empieza a comprenderse mucho más claramente el problema del origen de la vida y cómo hoy día, el problema por el origen de la consciencia parece seguir esa misma dirección. Hemos dicho ya que la consciencia hace parte del continuum de organización de los modos de existencia de lo viviente. Ahora, hemos de profundizar en las definiciones generales que nos ofrecen de algunos términos, con el fin de comprender por qué eligieron hacer uso de unos en lugar de otros. 

En primera instancia, hablan de un experimentar subjetivo (subjective experiencing), que puede entenderse de manera autoevidente como aquello que se va cuando nos desmayamos o entramos en una fase profunda de sueño. Establecen, por tanto, un vínculo conceptual entre experimentar subjetivo y sintiencia: experimentar algo subjetivamente es sentir. Además, hacen uso del sustantivo verbal ‘experiencing’ para enfatizar el papel dinámico y procesual de la consciencia. Por esto, he decidido traducir el término, no como ‘experiencia subjetiva’ sino como ‘experimentar subjetivo’. A su vez, nos dicen que usarán de forma intercambiable los términos ‘conciencia mínima’ y ‘experimentar subjetivo’ ¿Cuál es, entonces, la consciencia mínima a la que se refieren? Grosso modo, la capacidad de sentir el mundo. Ahondando en esta caracterización general del experimentar subjetivo, nos dicen que la consciencia no es una capacidad de un sistema, como la visión; ni tampoco es un proceso, como el metabolismo. Más bien, nos dicen, el experimentar subjetivo vendría a ser un modo de ser que involucra “activities that generate temporally persistent, dynamic, integrated, and embodied neurophysiological states that ascribe ascribe values to complex stimuli emanating from the external world, from the body, and from bodily actions” (Gingsburg y Jablonka, 2019, p.7). 

Definen awareness, como el estado atentivo de vigilia; self-awareness como la autoconsciencia con tonos afectivos; cognición como cualquier tipo de procesamiento -organización- de la información que involucre interacciones entre sensores y efectores, extendido en prácticamente todo lo vivo; alma como aquello que dota de vida móvil a una entidad. Como puede verse, las autoras retornan constantemente a Aristóteles. Según estas, este autor ve al alma como (i) principio, (ii) causa y (iii) fuente del cuerpo viviente. Nos dicen luego que “the Aristotelian soul is the dynamic embodied form (organization) that makes an entity teleological in the intrinsic sense—having internal goals that are not externally designed for it but that are dynamically constructed by it.” (Gingsburg y Jablonka, 2019, p.9). Concluyamos algo ya dicho sobre Jablonka anteriormente: sus abordajes metateóricos a la biología tienden a ser internalistas

Regresando al libro que nos compete, los tres niveles de organización del alma aristotélica suponen diferentes teloi -finalidades intrínsecas a la entidad en posesión de dicha alma. El alma vegetativa está involucrada en el auto-sostenimiento; su telos consiste en mantener la dinámica de persistencia del sistema. La sensitiva supone un movimiento activo dirigido a metas; su telos consiste en buscar la satisfacción. La racional tiene su telos en la búsqueda de los valores abstractos simbólicos. 

Luego nos dirán que, sólo los animales pueden llegar a ser conscientes, y aún así, no todos lo serán. El argumento central es que sólo se puede adscribir consciencia a aquello que puede estar inconsciente transitoriamente. Y esto último sólo sucede con animales, pero no con todos. A su juicio, sucede sólo en animales con sistema nervioso, y sucede así porque el sistema nervioso logra tener reacciones sistémicas sistemáticas, que articulan al cuerpo entero del animal en una unidad dinámica coherente que interactúa con su medio. Sólo los sistemas nerviosos pueden procesar información de una manera tal que un cuerpo animal pueda satisfacer sus necesidades. Reacción sistémica y reacción integrada son las razones por las cuales el sentir será sólo de animales con unos mínimos en su sistema nervioso. 


Más adelante en este capítulo, Gingsburg y Jablonka (2019) nos comentan que su abordaje emerge como respuesta a los retos intelectuales de un gran héroe del pensamiento de Israel: el reto de Leibowitz. Su reto consistía en retomar a Kant en su escepticismo sobre la posibilidad de describir un sistema teleológico sobre la base de un lenguaje mecanicista. Leibowitz justamente veía este gran reto en todas las esferas de lo biológico y, así mismo, nuestras autoras responden el reto. Responderán apelando a las transiciones evolutivas puesto que estas ofrecen la posibilidad de describir cambios de organización, estructuras organizativas fundamentales para su existencia, zonas grises de las transiciones, principios comunes a todo sistema dirigido a metas


Respondiendo el primer reto: de lo inerte a lo vivo

A mediados del siglo XX empiezan a aparecer escenarios posibles del origen de la vida, de la mano de personajes como Alexander Oparin y Haldane -si bien ambos con énfasis diferentes, el primero en lo metabólico, el segundo en lo autorreplicativo. Sus ideas se basaron en dos convicciones y tres hechos empíricos. Las dos convicciones eran que la vida debía entenderse como un tipo de organización dinámica y que dicha organización está constituida por reacciones químicas acopladas observables y medibles en sistema químicos complejos no vivientes. Los tres hechos empíricos eran que; primero, el metabolismo celular es más comprensible en términos bioquímicos; segundo, la herencia puede verse como autorreplicación; y tercero, que las condiciones de la vida primitiva podrían ser reconstruidas en laboratorio. Así, se pudo, en principio, empezar a estudiar preguntas que parecían imposibles de responder para los vitalistas del siglo XIX. 

Se ofrecieron varias listas de características de lo viviente. De modo general, podemos decir que lo común a todas estas listas era que había autoorganización, crecimiento, metabolismo, reproducción, herencia,  y muerte. 

Aquí las autoras nos introducen dos concepciones contemporáneas: la de la autopoiesis y la del quimitón de Gánti. La primera, propuesta por Maturana y Varela nos ofrece la una concepción de lo viviente como aquello que en su propia dinámica produce los elementos que lo constituyen, sobre la base de un dominio topológico para su realización. Lo vivo sería idéntico con lo cognitivo, en tanto todo lo vivo debe regular sus relaciones con su entorno. Gánti, por su parte, propuso un esquema análogo pero priorizando la dimensión material y bioquímica Prácticamente, su quimiotón consistía en una protocélula envuelta en una bicapa fosfolipídica con tres subsistemas autocatalíticos acoplados que conforman una unidad funcional estable. Estos subsistemas autocatalíticos coordinarían su funcionamiento de manera diferencial de acuerdo con los tipos de polímeros que pueda generar; pues son estos polímeros los responsables de la coordinación de las reacciones autocatalíticas acopladas de los subsistemas. Gánti propuso criterios ‘absolutos’ y potenciales. Los primeros cinco absolutos eran la individualidad, el metabolismo, la estabilidad dinámica -o meta-estabilidad- , subsistema de procesamiento de información y regulación. Los llamó absolutos porque juntos, son condición necesaria y suficiente para que una entidad se considere viva. Los criterios potenciales referían a la reproducción, el crecimiento y la variación hereditaria. Según las autoras este modelo se acopla con el aristotélico: los bloques químicos son la causa material; las relaciones dinámicas son a su vez causa mecánica y formal; y finalmente, la causa formal ya está capturando la causa final -pues esta forma de las interacciones tiene como telos el autosostenimiento del sistema


En este momento del capítulo, las autoras nos introducen a escenarios y simulaciones de la vida, con el fin de mostrar de qué manera las concepciones como las de Maturana y Varela así como la de Gánti se basaron en las ideas que Oparin ya esbozaba en su momento. Por ejemplo, basándose en Oparín, John Desmond Bernal sugiere que hay tres etapas del origen de la vida en la tierra, asumiendo unas condiciones geoquímicas iniciales: una primera etapa, de la emergencia de monómeros complejos, como los aminoácidos; una segunda que consistiera en la emergencia de polímeros y sistemas de interacción  más estables; finalmente, una tercera etapa en la que surgirían los organismos propiamente dichos de estos anteriores momentos. Con dicha propuesta, experimentos de laboratorio empiezan a demostrar que, en efecto, si tenemos fuentes de energía -electricidad-, agua -en forma de vapor- y gases como el amoníaco, el metano y el hidrógeno, tendremos expresiones de la primera fase de Desmond; es decir, monómeros como los aminoácidos. Si bien los modelos químicos son amplios y enfatizan diferentes aspectos de los sistemas estudiados, todos comparten un supuesto común: la transición de lo inerte a lo vivo debió, forzosamente, darse en sistemas químicos complejos - entiéndase por complejo el paulatino crecimiento de los grados de libertad que determinarían las trayectorias posibles del sistema en su espacio de fase. 

¿Dónde estaría el marcador de la transición? Basándose en Szathmáry y Maynard Smith, nos dirán que la transición se da cuando la herencia pasa de ser limitada a ilimitada; es decir, cuando surge la posibilidad de tener múltiples y novedosas combinaciones de bases nitrogenadas en ácidos nucleicos que diversificarían la composición, estructura y función de las proteínas responsables del funcionamiento global de cada célula. Un ejemplo de entidad con herencia limitada sería un virus - ahí está la zona gris de la transición. 

Emerge así un nuevo modo de existir: las partes del sistema -reacciones autocatalíticas, esto es, que se acoplan entre ellas para sostenerse en el tiempo- empezarían a dirigirse a fines -autosostenimiento-, o sea, cumplirían funciones. Y las diferentes fases a las que podría acceder el sistema serían causadas por diferencias que generasen diferencias sistemáticas en el funcionamiento global del sistema; emerge la información funcional, los patrones interactivos estables que señalan al sistema qué transición de un estado a otro es la necesaria para autosostenerse. Así, las autoras dicen que el bache kantiano se desvanece, justamente, por comprender mejor la evolución ¿Por qué? Porque el nuevo modo de existencia dirigido a metas incorpora mecanismos que hacen las de medio para que la información funcional habilite la selección entre estados dinámicos del sistema.  

Finalmente, las autoras entran en discusión con Nagel y Chalmers. Ya no hablan del ‘gap’ explicativo de la vida, sino de la consciencia. A Chalmers le critican su apuesta a buscar un nuevo primitivo físico -como la materia o la energía- para responder la pregunta dura de la consciencia -el puente que uniría el gap del qualia. A Nagel le aceptan que todo lo biológico tiene una dimensión teleológica a explicar, pero rechazan que esto sea una dificultad para la teoría evolutiva. Las autoras proponen aquí que, es justamente la existencia del aprendizaje asociativo ilimitado la que haría las veces de la variación hereditaria ilimitada en la transición de lo inerte a lo vivo. Trazando un paralelismo entre la Jerarquía de Dennett sobre los tipos de organismos y sus modos de existencia y las almas de aristóteles, proponen que cada transición evolutiva supone un nuevo régimen de lo real a lo cual se enfrenta la entidad que pasa el ‘filtro’ de la transición. Un organismo darwiniano tendría un alma vegetativa; es decir, un modo de supervivencia mediado por mutaciones aleatorias que son testeadas por el entorno -aquí prima la reproducción. Un organismo skinneriano tendría un alma sensitiva y lograría incorporar dentro de sí el mecanismo de selección natural, pero acotado a sus conductas; son organismos que, por así decirlo, ‘evolucionan su conducta’ en su ontogenia. Los organismos popperianos incorporan una novedad a los skinnerianos: pueden simular activamente alternativas no presentes en el entorno sin actuar directamente. Tanto los organismos skinnerianos  como los popperianos tendrían alma sensitiva y serían conscientes. Finalmente, los organismos gregorianos, extenderían sus capacidades para organizar la información a los medios simbólicos construidos por comunidades de agentes; y serían sólo los humanos. Esto les permite articular el seleccionismo de Dennett con el finalismo aristotélico. 

Concluyen que, sobre este marco teórico general podemos hacernos preguntas científicas de relevancia en el estudio de la conciencia, tales como si esta evolucionó de manera paralela en varios linajes; cómo se distribuye; qué condiciones moleculares, cognitivas y computacionales son necesarias, etc. 

Referencias: 

Jablonka, E., & Lamb, M. J. (2014). Evolution in four dimensions, revised edition: Genetic, epigenetic, behavioral, and symbolic variation in the history of life. MIT press.

Ginsburg, S., & Jablonka, E. (2019). The evolution of the sensitive soul: learning and the origins of consciousness. MIT Press.